Todos esos que alaban eternamente la figura del guerrillero heroico, los seguidores de Jesucristo o de la estrella de rock más estridente del pasado, porque en el fondo son lo mismo, fervientes seguidores de muertos cuyas vidas no conocen de verdad; construyen mitos porque le tienen miedo a las personas, ellos, ninguno de ellos te iba a recordar, no iba haber una marcha para ti, ni un día, una calle, un muñequito de acción.
Tu único acto heroico estaba condenado a la incomprensión y el olvido, eso te aliviaba, aunque ser un pendejo que acaba de joderse la vida no es algo que se sobrelleve con paliativos tan pequeños y la madriza que te acababan de poner evidentemente tampoco.
En esa semana es cuando paradójicamente los lugares más paradisíacos de la republica se atiborran de gente convirtiéndose en un infierno, cosa que va muy ad hoc con el hecho de que a alguien se le ocurra que la mejor manera de expresar su devoción por el santísimo y de conmemorar su vía crucis sea salir a divertirse a lo grande con la familia. Es que la fe cristina presenta formas muy cómodas de acomodarse (valga la redundancia), porque eso si, ni piadosos, ni mesurados, ni honestos, ni leales, pero siempre nos arrepentimos un chingo y al final el que se arrepiente se va al cielo.
Tenias el culo lleno de arena como inevitablemente sucede en la playa, un chingo de ronchas de mosquitos y una tribu de niño- playeros vivía recolectando las monedas que se caían de tu bolsillo y se enterraban debajo de la hamaca cada vez que querías comprar una pescadilla; te preguntabas que tenía de especial estar en no se que playa cuando tu te conformabas con estar echado en la hamaca leyendo y casi no habías tocado el agua; junto a ti estaba instalándose una familia, tarde o temprano sucedería, la suegra, el suegro, el yerno fanfarrón (no tu fanfarrón el otro fanfarrón) y los innumerables hijitos, el compadre y dos o tres más de esas figuras cuyo rol no es relevante pero siempre están allí.
Seguramente les dabas lastima -¡pobre muchacho viene solito, no ha de tener amigos!- porque se esmeraban en sonreírte mientras tu los mirabas con desprecio - mejor solo que mal acompañado.
No te molestaba su alcoholismo social y esas cosas, ni siquiera su estupidez pero los divide una cosa muy clara, tanto tu como ellos son horribles personas pero por lo menos tu eres bueno en lo que haces, no intentas ocultarlo o modificarlo sino que alcanzas la perfección en tu práctica.
No tenías realmente de que preocuparte con ignorar a los fanfarrones un par de veces su amor propio se sentiría herido y se esmerarían en ignorarte a ti, las mujeres se mantendrían lejos por os celos de los hombres y si ello no fuera así buscarían a alguien más, tu eres tan feo por fuera como por dentro aunque claro lo de dentro lo haces tan bien que puede que lo de fuera no lo noten.
Un niño o niña ( a esa edad nunca se sabe) pequeño los acompañaba, lo depositaron en la arena y continuaron interpretando sus papeles, todos eran claros excepto el del depositado; gateaba hacia la orilla hasta que alguien lo retenía y lo depositaba palapa adentro nuevamente.
Es difícil entender a alguien que no esta hecho a quien no le han entregado los parlamentos, seguramente cundo grande sería un fanfarroncito o una ridícula insoportable, pobre incluso te simpatizaba un poco si lo comparabas con su futuro.
Cuando el horizonte se permeaba de una luz rojiza y los lugares comunes acudían a las bocas de los presentes para convertirse en frases trilladas, los pelícanos bajaban a pescar, se llenaban los buches manchados de barro de pescados, planeaban, eran animales maravillosos a tu vista, rompían la armonía del atardecer no eran un icono de belleza ni de tranquilidad, eran escandalosos y grandes.
Cuando acababa ese momento los pelícanos se iban más allá de tu vista, a tierras imperecederas, las tierras de donde venía el barro de sus picos.
Al amanecer la ridícula familia fanfarrón comenzaba a desperezarse y por supuesto a hacer ruido, Don fanfarrón, macho alfa, iba a ver a los pescadores y regresaba complacido de traer el pescado más grande mientras los fanfarrones de menor rango lo miraban y aprobaban con la cabeza.
Las señoras embarraban a la manada de moustritos insensibles y burlones de cremas bloqueadoras para que la arena se pegara en ellas entraran a enjuagarse al mar e intoxicaran a vida marina. La manada lloriqueaba y pedía cosas, todo comenzaba.
La o el (nunca lo averiguaste) bebe avanzaba hacia el mar a gatas y con la distracción de la mañana nadie lo notaba esta vez, llego hasta la orilla y la marea se retrajo, siguió avanzando hasta que el agua regreso y lo aventó suavemente hacia atrás, volvió a ponerse en marcha, pero esta vez el agua al regresar lo cubrió por completo y se escucho como se atragantaba, alguien lo escucho y corrió a socorrerlo para depositarlo de nuevo palapa adentro.
Tu no lo entendías, tan atrofiado estaría el instinto de supervivencia en el ser humano, aun así el depositado te parecía simpático a estas alturas. Por la tarde pudiste observar como el depositado aplaudía y gritaba cuando un pelicano se inclinaba sobre el mar, parece que además compartían gustos.
Al día siguiente el bebe emprendió camino nuevamente tu esperabas que con mejor suerte, que lograra liberarse, vencer la tradición y el destino escapar de su aterrador futuro sin tener que refugiarse en la ironía, el hedonismo y la autocompasión. Cuando se acercaba ya lo suficiente como para ser un intento meritorio fue retenido nuevamente.
Por la tarde hacía un atardecer especialmente lindo según oíste decir a la hembra alfa, el depositado seguía intentando y parecía tener bastante agotada a la manada, esta vez lo lograría.
Tras su ultimo intento frustrado te quedaste viendo a un pelicano que venía a lo lejos, se estaba acercando inusitadamente a la playa, viste al bebe, viste al pelicano, tuviste un súbito arrebato, levantaste al depositado en brazos y corriste a la orilla, alcanzaste al animal por una pata, mientras te arañaba la cara le abriste el pico, metiste en su buche el deposito y lo soltaste gritando: ¡vuela, vuela hacia tierras imperecederas!, desde lejos y casi en cámara lenta viste llover los golpes, patadas, casi sentiste alivio cuando te trajeron a la celda.
Ahora entiendes eso que decía Herman Hesse, la trascendencia no es ser famoso, ni tener el reconocimiento de nadie, es saber que te vas a sentar al lado de Beethoven (bueno Hesse era Alemán), vas a tener un lugar con los elegidos, como mierda decía el libro eso pues, nadie va a entender tu acto heroico ni siquiera el beneficiado el es demasiado pequeño (o pequeña?) y en las tierras imperecederas no deben pensar en tanta mamada.
Tu único acto heroico estaba condenado a la incomprensión y el olvido, eso te aliviaba, aunque ser un pendejo que acaba de joderse la vida no es algo que se sobrelleve con paliativos tan pequeños y la madriza que te acababan de poner evidentemente tampoco.
En esa semana es cuando paradójicamente los lugares más paradisíacos de la republica se atiborran de gente convirtiéndose en un infierno, cosa que va muy ad hoc con el hecho de que a alguien se le ocurra que la mejor manera de expresar su devoción por el santísimo y de conmemorar su vía crucis sea salir a divertirse a lo grande con la familia. Es que la fe cristina presenta formas muy cómodas de acomodarse (valga la redundancia), porque eso si, ni piadosos, ni mesurados, ni honestos, ni leales, pero siempre nos arrepentimos un chingo y al final el que se arrepiente se va al cielo.
Tenias el culo lleno de arena como inevitablemente sucede en la playa, un chingo de ronchas de mosquitos y una tribu de niño- playeros vivía recolectando las monedas que se caían de tu bolsillo y se enterraban debajo de la hamaca cada vez que querías comprar una pescadilla; te preguntabas que tenía de especial estar en no se que playa cuando tu te conformabas con estar echado en la hamaca leyendo y casi no habías tocado el agua; junto a ti estaba instalándose una familia, tarde o temprano sucedería, la suegra, el suegro, el yerno fanfarrón (no tu fanfarrón el otro fanfarrón) y los innumerables hijitos, el compadre y dos o tres más de esas figuras cuyo rol no es relevante pero siempre están allí.
Seguramente les dabas lastima -¡pobre muchacho viene solito, no ha de tener amigos!- porque se esmeraban en sonreírte mientras tu los mirabas con desprecio - mejor solo que mal acompañado.
No te molestaba su alcoholismo social y esas cosas, ni siquiera su estupidez pero los divide una cosa muy clara, tanto tu como ellos son horribles personas pero por lo menos tu eres bueno en lo que haces, no intentas ocultarlo o modificarlo sino que alcanzas la perfección en tu práctica.
No tenías realmente de que preocuparte con ignorar a los fanfarrones un par de veces su amor propio se sentiría herido y se esmerarían en ignorarte a ti, las mujeres se mantendrían lejos por os celos de los hombres y si ello no fuera así buscarían a alguien más, tu eres tan feo por fuera como por dentro aunque claro lo de dentro lo haces tan bien que puede que lo de fuera no lo noten.
Un niño o niña ( a esa edad nunca se sabe) pequeño los acompañaba, lo depositaron en la arena y continuaron interpretando sus papeles, todos eran claros excepto el del depositado; gateaba hacia la orilla hasta que alguien lo retenía y lo depositaba palapa adentro nuevamente.
Es difícil entender a alguien que no esta hecho a quien no le han entregado los parlamentos, seguramente cundo grande sería un fanfarroncito o una ridícula insoportable, pobre incluso te simpatizaba un poco si lo comparabas con su futuro.
Cuando el horizonte se permeaba de una luz rojiza y los lugares comunes acudían a las bocas de los presentes para convertirse en frases trilladas, los pelícanos bajaban a pescar, se llenaban los buches manchados de barro de pescados, planeaban, eran animales maravillosos a tu vista, rompían la armonía del atardecer no eran un icono de belleza ni de tranquilidad, eran escandalosos y grandes.
Cuando acababa ese momento los pelícanos se iban más allá de tu vista, a tierras imperecederas, las tierras de donde venía el barro de sus picos.
Al amanecer la ridícula familia fanfarrón comenzaba a desperezarse y por supuesto a hacer ruido, Don fanfarrón, macho alfa, iba a ver a los pescadores y regresaba complacido de traer el pescado más grande mientras los fanfarrones de menor rango lo miraban y aprobaban con la cabeza.
Las señoras embarraban a la manada de moustritos insensibles y burlones de cremas bloqueadoras para que la arena se pegara en ellas entraran a enjuagarse al mar e intoxicaran a vida marina. La manada lloriqueaba y pedía cosas, todo comenzaba.
La o el (nunca lo averiguaste) bebe avanzaba hacia el mar a gatas y con la distracción de la mañana nadie lo notaba esta vez, llego hasta la orilla y la marea se retrajo, siguió avanzando hasta que el agua regreso y lo aventó suavemente hacia atrás, volvió a ponerse en marcha, pero esta vez el agua al regresar lo cubrió por completo y se escucho como se atragantaba, alguien lo escucho y corrió a socorrerlo para depositarlo de nuevo palapa adentro.
Tu no lo entendías, tan atrofiado estaría el instinto de supervivencia en el ser humano, aun así el depositado te parecía simpático a estas alturas. Por la tarde pudiste observar como el depositado aplaudía y gritaba cuando un pelicano se inclinaba sobre el mar, parece que además compartían gustos.
Al día siguiente el bebe emprendió camino nuevamente tu esperabas que con mejor suerte, que lograra liberarse, vencer la tradición y el destino escapar de su aterrador futuro sin tener que refugiarse en la ironía, el hedonismo y la autocompasión. Cuando se acercaba ya lo suficiente como para ser un intento meritorio fue retenido nuevamente.
Por la tarde hacía un atardecer especialmente lindo según oíste decir a la hembra alfa, el depositado seguía intentando y parecía tener bastante agotada a la manada, esta vez lo lograría.
Tras su ultimo intento frustrado te quedaste viendo a un pelicano que venía a lo lejos, se estaba acercando inusitadamente a la playa, viste al bebe, viste al pelicano, tuviste un súbito arrebato, levantaste al depositado en brazos y corriste a la orilla, alcanzaste al animal por una pata, mientras te arañaba la cara le abriste el pico, metiste en su buche el deposito y lo soltaste gritando: ¡vuela, vuela hacia tierras imperecederas!, desde lejos y casi en cámara lenta viste llover los golpes, patadas, casi sentiste alivio cuando te trajeron a la celda.
Ahora entiendes eso que decía Herman Hesse, la trascendencia no es ser famoso, ni tener el reconocimiento de nadie, es saber que te vas a sentar al lado de Beethoven (bueno Hesse era Alemán), vas a tener un lugar con los elegidos, como mierda decía el libro eso pues, nadie va a entender tu acto heroico ni siquiera el beneficiado el es demasiado pequeño (o pequeña?) y en las tierras imperecederas no deben pensar en tanta mamada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario